Minuto
90 y la última pelota del partido flota en el aire buscando un pie
en el segundo palo… y ahí donde aparecen normalmente los
goleadores, asomó un zaguero central, de apellido Oviedo y de nombre
Cristián, el mismo que meses atrás guapeaba fuerte en los potreros
defiendo a Lota Schwager, a veces sin sueldo, por puro amor al
fútbol, por tener ese hambre de más. Y ahí en ese segundo,
apareció con una derecha llena de garra y talento, de esfuerzo y de
pasión, una volea de derecha que se clavó no sólo en el arco
audino, sino que se clavó para siempre en la memoria de todos los
que amamos a Everton y que dejó una huella imborrable en nuestros
corazones…
Era el 4 a 1, la
clasificación a semifinales. 32 años después de la tercera
estrella, Everton se permitía soñar con un nuevo campeonato. Nos
daban por muertos. Una semana antes en el estadio Sausalito, Everton
era superado en la ida 3 a 0 por el cuadro audino con Villanueva y
Orellana en su mejor versión.
En el ambiente –prensa
e hinchas de otros equipos- se percibía que el partido de vuelta era
un trámite, Audax ya estaba clasificado y Everton terminaría su
temporada, vendría el descanso de sus jugadores y pensar en el
próximo torneo. Sin embargo, los evertonianos teníamos una pequeña
esperanza, había plantel de sobra y un técnico “zorro”.
La vuelta se jugó en el
estadio Monumental, con frío y con un puñado de evertonianos en la
galería sur que jamás dejaron de alentar. Pitazo inicial de Osorio
y Everton comenzaba a escribir una nueva historia. No pisaron el
césped esa noche Herrera, Riveros ni Uribe, Acosta había mandado a
la cancha un equipo distinto al habitual…
La primera mitad sólo
tuvo una emoción: el portero Suárez bajó en el área al “Limache”
González. Corría el minuto 22 y Cristián Canío abría el marcador
y con ello la ilusión oro y cielo… el trámite era parejo, pero lo
mejor vendría en los 45 finales. Everton necesitaba dos goles más
para forzar los penales. En el segundo tiempo, los once espartanos
salieron a jugarse la vida, era el todo o nada. A los 56, Miralles
recibía un pase largo de Gustavo Dalsasso, control dirigido, llevó
el balón pegado a sus pies y remató bajo para batir a Suárez…
estábamos a un gol de la hazaña.
Golpeado y herido, pero
no muerto, Audax reaccionó y descontó al minuto 69. Una vez más
debíamos sufrir y remar contra viento y marea , pero somos Everton.
Lejos de perder las ganas de luchar, el gol audino fue un aliciente
para los oro y cielo que tres minutos después, uno que se echó el
equipo al hombro, marcó el tercero: Cristián Canío.
Los minutos restantes
fueron de mucho nervio. Audax tenía la ventaja, ya que si mantenía
el resultado o anotaba un gol avanzaba a la siguiente ronda y la
historia evertoniana llegaba a su fin. Por su parte, Everton con un
gol escribiría una página más en el libro grande del fútbol
chileno.
Y así, con más garra
que fútbol Everton se volcó contra la portería itálica. Y cuando
ya parecía que la desdichada suerte una vez más nos privaría de
celebraciones y festejos, el balón va al área en busca del talento
de Miralles que en cualquier minuto sacaba del sombrero un toque
mágico y la metía al ángulo. Pero esta vez fue distinto, la bajó
al borde el área y con un pase sutil elevó el balón al lado
contrario, todo pareció detenerse, excepto Oviedo… el resto ya lo
imaginan: miles de gargantas se desgarraron en ese grito de gol que
nos arrancó el corazón del pecho, habíamos remontado, habíamos
reescrito la historia, éramos semifinalistas en un partido
inolvidable. No conozco hincha de Everton que no recuerde este
partido y espero que Cristián Oviedo sepa que con su gol quedó para
siempre en el recuerdo de todos los evertonianos.
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